El cerebro conjuga el pensar, el sentir y el actuar. El cerebro que siente –límbico– abarca el 55%. Solo con un alma serena, el niño aprende. La mayoría llega a la escuela afiebrado emocionalmente por los maltratos (tanto familiares como sociales). Los profesores también llegan así por sus propias infancias. Y no son conscientes de esto. ¿Cómo un niño va a aprender si el ‘estricto’ profesor le recuerda al tirano (o tirana) de su casa? ¿Sin el control de sus emociones y con la frustración de que la sociedad desprecia su profesión y desconfía de ellos, podrá convertirse en un buen maestro? Aprendemos y enseñamos bien cuando el alma está equilibrada.
Los docentes pueden y deben desarrollarse emocionalmente. No con ‘cursos’ de liderazgo o autoestima para ‘saber’ que deben ser comprensivos. Necesitan talleres donde reconozcan y ‘vean’ sus emociones destructivas. Deben interiorizar –grabar en el alma– que si no son conscientes de estas emociones, las repetirán con sus alumnos, justificándose, pero destruyéndolos. La estrictez es intolerancia, producto de la inmadurez. Cada niño –de acuerdo con su historia– necesita un tiempo diferente para que en su cerebro límbico haya quietud. Así podrá aprender todo. Internalicemos que las emociones ‘se contagian’. Y que todas son de la infancia.
Perú 21.PE Martes 07 de agosto del 2012 | 00:04
Dra. Carmen Gonzales, Opina.21